Hoy hace un año de muchas cosas, hace un año del 19 de diciembre del año pasado para ser exactos, hace un año que besé a la que hoy es mi mujer, hace un año que me desperté algo más tarde de lo habitual, hace un año que hablé con mis padres o escribí whatsapp a mis compañeros y amigos.
Pero también hace un año que me quedé sin trabajo y es de eso de lo que quiero escribir hoy. Hace un año, bueno, exactamente un año y dos días que la empresa para la que trabajaba empezó a mirarse el bolsillo y darse cuenta de que cuando uno juega con tijeras, al final la tela se rompe y el dinero se acaba perdiendo por la pernera del pantalón.
Hace un año que mi antigua compañía prescindió de su directora de marketing, de una trabajadora incansable y una excelente persona. Hace un año que nuestro jefe, lloroso, nos convertía en un número más entre tantos que no le cuadraban. Hace un año que a mi amigo y compañero, recién casado y pensando en una próxima paternidad, le robaban el futuro que tanto le había costado conseguir con su propio esfuerzo.
Hace un año que las palomitas dejaron de estar tan ricas porque un «Terminator», llegado no sólo para quedarse, sino para aniquilar todo a su paso, borraba de las ecuaciones contables a tantos y tantos otros, personas, trabajadores, compañeros, para que algo que ya se había roto mucho antes, pudiera remendarse.
Hace un año comenzó la tortura, cercenando las vidas, las ilusiones y el amor por esa compañía, con nombre de monte, de aquellos que continuaban en sus sillas, delante de sus mesas, con sus ordenadores, pero sin entusiasmo, sin ilusiones, sin motivación, sin nada más que tiempo por consumir entre tornos de salida y entrada.
Y sí, hace un año que entré a formar parte de la mayor empresa de este país. Un año exacto de levantarme pronto por las mañanas como para ir a trabajar, cuando en realidad el verdadero trabajo era el de buscar un trabajo. Han pasado 365 lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos al sol… y a la lluvia, y al viento, y a las nubes que te aplastan el ánimo y te vuelven gris.
Hace un año que se confirmaba lo que ya habían demostrado: que nadie nace sabiendo y mucho menos, aprende sin querer hacerlo. Que las «O» no se hacen sólo con un canuto y que las buenas ideas, cuando no se tienen, es mejor tomarlas prestadas de otros. Que la desconfianza, la ignorancia, la soberbia, la prepotencia, la chulería, la falsedad no hacen mejor al que las posee, pero sí más listo al que las evita, las corrige o las oculta en favor de los demás. Que un equipo no lo es si no se hace. Que «escuchar» no está reñido con mandar y que para mandar, primero hay que aprender a obedecer. Que tras las puertas de un despacho de cristal, por mucho que tu puerta esté siempre abierta «para lo que necesitéis», no está el mundo real, no está el oficio y mucho menos el beneficio. Que como dibujó el gran Forges en una de sus viñetas del diario El País: «¿te reúnes o trabajas?«, no es una pregunta, es ironía, retórica, un consejo hacia la que dentro de la compañía se pensaba que por estar más tiempo reunida y con más gente, se trabajaba más o se era más productivo.
Hoy hace un año de algún proceso de selección, de entrevistas, de nuevas oportunidades que hasta la fecha no se han concretado. Porque la valentía del que selecciona, del que elige, del que busca entre un mar de candidatos, reside en apostar por el talento, no en ser un contable más al servicio del que en tiempos de crisis confunde el ahorro en capital humano con unos pocos miles de euros que se quedan en su bolsillo roto.
Hoy hace un año de ese sueldo millonario de la recién llegada, condenando al exilio al que ya hacía su trabajo antes de su llegada y ha condenado hace unos pocos días al destierro a la que lo hacía como debe ser: BIEN.
Y tal vez con esta entrada, con este nuevo post, con este nuevo paso en mi camino por la vida que es este blog, me coloque algunas piedras en mi propio trayecto, pero sólo os digo algo:
– Si eres un reclutador y lees esto, no confundas con resquemor hacia una antigua empresa o sus dirigentes, lo que en realidad es un texto literario. Te recomiendo que te fijes en lo que digo y que te atrevas a preguntar por qué lo digo, que te intereses por mi realidad, por mi último año del que hoy hace un año, que me dejes contarte cuáles eran mis ilusiones y cuáles son ahora. Descubre en este texto y en los anteriores a la persona más motivada que vas a poder encontrar en tus selecciones futuras. Te invito a ti, headhunter, persona de RRHH, reclutador o curioso, a descubrirme y juzgarme cuando me conozcas.
– Si eres un antiguo compañero, espero que lo disfrutes y agradezcas que alguien haya dicho lo que muchos pensábamos. Me encantaría que dejaras un comentario al pie. Di lo que piensas, expresa lo que sientes y comparte tu último año. Tal vez hayas tenido más suerte y me alegro por ti desde aquí.
– Si eres el dueño del pantalón con los bolsillos rotos, su hermana, su robot aniquilador, la del sueldo millonario o cualquier miembro de la empresa de la que hablo, también te invito a saber, a conocer, aunque sea de este modo, lo que ha pasado desde hace un año. A veces, cuando leemos y releemos algo, nos hacemos conscientes de una realidad que se nos escapaba a simple vista, de la que nos escabullíamos o que repudiábamos. Si es así, pasa, aquí también eres bienvenido como lo fuiste en mi día a día durante dos años y medio. No veas dolor en estas palabras, ni odio, ni resquemor, sólo escucha, lee, piensa, recapacita y cambia… cambia por el bien de todos aquellos que integran el capital humano que sigue a tu lado. Un consejo: cuídalos. Estás a tiempo.
Hoy hace un año que pensé en escribir este texto. Me he dado un año de margen. Me espera un nuevo año con muchas ilusiones, proyectos personales, familiares y de vida. Tengo amputada mi capacidad de esfuerzo, mi sacrificio y mi sentido de la utilidad laboral y profesional… afortunadamente, me quedan muchos años más para contar, cada segundo, cada minuto y cada día, esperando una nueva oportunidad. Sigo caminando.
¡Felices fiestas a todos!